El antiespecismo no se reduce a un hábito individual de consumo y el unx a unx no es suficiente por sí solo para acabar con el especismo, el cual se encuentra institucionalizado, es un régimen que sirve a los intereses de grupos de poder y esa opresión “está avalada por un sistema que condiciona dichos intereses”. Por otra parte, la razón se queda muchas veces corta para abordar cuestiones éticas, ya que la respuesta de las personas suele ser emocional y una recreación de sus creencias para que parezcan coherentes con sus prácticas. La mayoría de nosotrxs habitamos el régimen especista alguna vez en nuestras vidas y nos tomó tiempo derribar las fronteras que nos inculcaron desde pequeñxs, romper con la normalidad y la comodidad, abrirnos a ver lo que nos incomodaba profundamente. Como escribe Daniela Romero Waldhorn en su reflexión que compartimos, debemos recurrir no solo a la educación hacia el veganismo unx a unx, sino también a desafiar la normalidad y la institucionalidad del especismo, a la táctica total.
—
UNO A UNO NO ES SUFICIENTE
Por Daniela Romero Waldhorn
“Educar en el veganismo”. Durante las últimas semanas, por razones diversas, varias/os me habéis insistido en que existe solo una única forma de transformar el mundo por los no humanos: educando a la gente, una a una, en los motivos morales por los que dejar de consumir animales y pedir, nunca menos, que se hagan veganas. Se asume, además, que quienes se hagan veganescontagiarán esta idea a quienes están a su alrededor, y así, conseguiremos un mundo vegano en poco tiempo.
En general, esta posición se basa en el reconocimiento de que la situación de los animales es tan apremiante, que, por sí misma, debería ser motivo suficiente para no comerlos ni explotarlos de ningún modo. Es cierto. Si fuésemos seres completamente racionales, tales argumentos deberían bastarnos. Pero la verdad es que los seres humanos no siempre razonamos objetivamente, y la realidad del especismo dista de ser tan sencilla.
1. Algo más que la razón
Comemos animales no porque tengamos suficientes motivos racionales para ello, sino porque siempre nos han dicho y hemos creído que era normal, natural, necesario, y además, sabroso (Piazza, Ruby, Loughnan, Luong, Kulik, Watkins y Seigerman, 2015). De hecho, muchas que somos veganas ahora, pasamos gran parte de nuestras vidas sin siquiera preguntarnos sobre nuestra decisión de comer ciertos animales, porque ni siquiera sabíamos que teníamos opción. Comer animales se daba por sentado. Así es como yo misma tardé mucho tiempo en darme cuenta de cuán extraño podría ser que acariciara a mi perro con una mano, mientras comía pollo con la otra. Francamente, no quería pensar en esta contradicción.
Para muchos quienes consumen animales, reconocer esa disonancia es también sumamente problemático, e incluso, amenazante. Por ello, empleamos una serie de mecanismos psicológicos que nos alejan de la idea de que estamos provocando enormes daños al comer una salchicha o un huevo frito (Plous, 2003; Joy, 2010; Loughnan, Bastian y Haslam, 2014). De ese modo, cuando nos informan del horror que existe tras estos productos, tenemos dos opciones: (i) cambiar nuestros comportamientos para que se adecúen a nuestras ideales morales, o bien, (ii) recrear nuestras creencias para justificar nuestros comportamientos, porque éstos nos resultan muy difíciles de cambiar. Si respondiéramos de un modo imparcial al conocer ell sufrimiento de los animales, optaríamos por lo primero. No obstante, el hecho de que la mayoría de la población continúe comiendo animales (ver Ruby, 2012) sugiere que, frecuentemente, no reaccionamos lógicamente a argumentos morales.
Precisamente, una respuesta habitual cuando problematizamos el consumo de animales es la reactancia psicológica (ver más en Brehm y Brehm, 1981). Los seres humanos no queremos ser criticados o que se nos diga que lo que estamos haciendo es poco ético, y para muches omnívores, el reclamo inflexible del veganismo es percibido de ese modo y por tanto, como una amenaza (Dhont y Hodson, 2014; Corrin y Papadopoulos, 2016).
Lo anterior no quiere decir que no debamos hacer visible el problema ético tras explotar animales. Simplemente es constatar cómo somos y el desafío al que nos enfrentamos. Asimismo, el cómo funcionamos nos señala la importancia de plantear un mensaje que no sea percibido como amenazante por quienes queremos afectar. Enmarcar nuestro mensaje como una preocupación compatible con los valores fundamentales de nuestra cultura puede, por ejemplo, ayudar a que el público adopte una posición menos defensiva (Joy, 2010). Asimismo, si planteamos peticiones al alcance de nuestra audiencia, es más probable que la gente se perciba dispuesta a dar pasos en esa dirección.
2. Somos una minoría entre la minoría
Ahora bien, para muchas de nosotras, nos ha bastado reconocer los motivos éticos para dejar de dañar a los animales, e incluso, para decidirnos a ayudarles activamente. Pero, ¿es éste un dato generalizable para sostener que basta el activismo “uno a uno”?
Quienes acabamos siendo activistas por los animales somos una excepción, lamentablemente. Aunque tengamos evidencias parciales, parece ser que mucha gente que se hace vegana o vegetariana, deja de serlo (Faunalytics, 2014). Si a ello se suma el crecimiento poblacional y la mayor demanda de productos de origen animal que conlleva, avanzamos a un ritmo claramente insuficiente para pensar que solo por cambios de “uno a uno” sumaremos una masa crítica suficiente que permita que las actividades que explotan animales acaben siendo abolidas.
Por otra parte, muy poca gente que se vuelva vegana se convertirá en activista. Somos una minoría entre la minoría. Además, muchas veces, hablar de veganismo no es atractivo para una audiencia que se encuentra en una posición sumamente discrepante. Por último, aunque decidiéramos convertirnos en activistas, hemos de reconocer que no todes somos hábiles en el arte de persuadir.
3. El especismo está institucionalizado
La opresión de la mayoría de los animales no es una práctica individual. Por el contrario, es un hecho institucionalizado y que obedece, en gran parte, a la satisfacción de intereses materiales de grupos de poder privilegiados y está avalada por un sistema que condiciona dichos intereses. Con seguridad, éste es el caso de más del 90% de los animales bajo explotación humana: aquellos en manos de la industria ganadera (Waldhorn, 2017).
La institucionalización del especismo asegura su continuidad a pesar de cualquier agente individual. Dado lo anterior, la explotación de los demás animales no puede ser revertida sólo mediante apelaciones a cambios en los hábitos de consumo y otros de carácter individual, sino que requiere la modificación de los marcos institucionales que lo permiten y en el que los agentes deciden. Es decir, parte de nuestra estrategia debe estar dirigida, también, a lograr cambios institucionales, ya sean aquellos que afectan directamente a quienes se sirven de la explotación de los no humanos como otras transformaciones que signifiquen alternativas competitivas a productos de origen animal.
El cambio “uno a uno” es necesario, pero no es suficiente. Los animales necesitan más que eso, y afortunadamente, estamos en un momento histórico en que también podemos hacer mucho más para ayudarles. Debemos impulsar nuevas ideas que dejen obsoleta a la industria más violenta que jamás se ha conocido Podemos desarrollar nuevos productos que reemplacen a aquellos de origen animal. Podemos promover estas opciones en supermercados y restaurantes, volviendo cada vez más fácil el ser vegano/a. Podemos hacer lobby ante gobiernos y empresas. Podemos reclutar a personalidades influyentes, empresarios, políticos, que con medidas concretas, desafíen la normalidad del especismo. Podemos ser nosotres mismas opinantes e influyentes. Podemos donar a organizaciones que están trabajando para ayudar a quienes más daños padecen, pues defender a los animales es una lucha a largo plazo y que requiere profesionales, medios e ingentes recursos. Podemos y debemos formarnos como activistas y revisar nuestras estrategias, pues un activismo eficaz es nuestra máxima responsabilidad de cara a quienes están sufriendo.
No sólo tenemos la misión de cambiar el mundo. También hemos a ser audaces en pensar nuestro activismo y construir, desde hoy, el futuro incluso más allá de todo aquello que pensábamos como posible.
——–
Brehm, S. S. y Brehm, J. W. (1981). Psychological Reactance: A Theory of Freedom and Control. Nueva York: Academic Press.
Dhont, K. y Hodson, G. (2014).Why do right-wing adherents engage in more animal exploitation and meat consumption? Journal of Personality and Individual Differences, 64: 12–17.
Faunalytics (2014). Study of Current and Former Vegetarians and Vegans. Disponible en:https://faunalytics.org/wp-content/uploads/2015/06/Faunalytics_Current-Former-Vegetarians_Tables-Methodology.pdf+&cd=3&hl=es&ct=clnk&gl=es&client=firefox-b-ab.
Corrin, T. y Papadopoulos, A. (2016). Understanding the attitudes and perceptions of vegetarian and plant-based diets to shape future health promotion programs. Appetite, 1 (109): 40-47.
Joy, M. (2010). Why we love dogs, eat pigs, and wear cows. An introduction to carnism. San Francisco, CA: Red Wheel/Weiser.
Loughnan, S., Bastian, B. y Haslam, N. (2014). The psychology of eating animals. Current Directions in Psychological Science, 23(2): 104–108.
Piazza, J., Ruby, M., Loughnan, S., Luong, M., Kulik, J., Watkins, H. y Seigerman, M. (2015). Rationalizing meat consumption. The 4Ns. Appetite, 91: 114–128.
Plous, S. (2003). Is there such a thing as prejudice toward animals? En Plous, S. (2003). Understanding prejudice and discrimination, 503-528. Nueva York: McGraw-Hill.
Ruby, M. B. (2012). Vegetarianism. A blossoming field of study. Appetite, 58: 141–150.
Waldhorn, D.R. (2017). Meat your enemy: La ganadería en tiempos de globalización y sus implicaciones para la defensa de los animales. Disponible en: https://www.miradaanimal.info/single-post/danielaR%2FMeat-your-enemy-La-ganadería-en-tiempos-de-globalización-y-sus-implicaciones-para-la-defensa-de-los-animales.